El mendigo
No había Ítaca, no la hubo.
Ninguna abandonada que tejiera y destejiera
un abrigo para su roto desamparo.
Ningún perro flaco en el umbral sperando
al que regresa inerme de tempestades y hechizos.
No había adonde volver porque no hubo adonde ir.
Ni promesas en la tierra ni en el cielo un sueño postergado.
Ni guerra ni exilio ni fatigas ni naufragios.
No hubo Ítaca, no la había.
No es Ulises el que llama
a tu puerta esta noche.
José Di Marco (Río IV, Córdoba)
Coraje y alegría: Exceso de celo
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