Bienvenidos a Revista Asueto, un espacio de literatura, crítica y traducción, para disfrutar de poesía contemporánea, con autores cordobeses, argentinos y de Traslasierra. Desde Villa Dolores, Córdoba, Argentina.




miércoles, 2 de noviembre de 2011

El poeta cordobés Rodolfo Godino es miembro de la Academia de Letras.

El pasado 13 de octubre, el poeta cordobés Rodolfo Godino fue distinguido por la Academia Argentina de Letras, que lo nombró miembro de número de la reconocida institución creada en 1931.


Godino, nacido en 1936 en la ciudad de San Francisco, dueño de una pluma excelsa, ha escrito numerosos poemarios desde 1961, fecha en que apareció su primer libro El visitante. Luego vinieron otros tales como Una posibilidad, un reino (1964); La mirada presente (1972); Homenajes (1976); Gran cerco de sombras (1982); Curso (Antología 1961-1982), A la memoria imparcial (1995), Centón (1997) y Elegías Breves (1999 )y Beber en lo oscuro (2008).

Su obra ha sido valorada por escritores como Carlos Mastronardi, Alberto Girri, Raúl Gustavo Aguirre y Revol.

Por su labor, ha obtenido numerosas distinciones, entre las que se cuentan el Premio Nacional de Poesía Iniciación (1960), Premio Fondo Nacional de las Artes (1964), Gran Premio Bienal de Poesía (1982), y el Premio de Poesía “La Nación” (1994), otorgado por un jurado compuesto entre otros por Roberto Juarroz, y Octavio Paz. En 2008 la Secretaría de Cultura de la Provincia de Córdoba le otorgó el Premio Consagración Letras de Córdoba.



Poemas de Rodolfo Godino



A una gata que se fue

Casi olvido tu nombre, irascible

reencarnación vigilante de mis secas

cohabitaciones con papeles ambiguos:



no busqué desanimar tu afecto,

sólo di más tiempo a las palabras

acaso porque envejecía sin experiencia:



te quise con fieles envolturas,

no merecí

que aquella tarde derramaras

tus celos sobre la mesa

de las inducciones celestes

(tal vez

crítica o sexual discurso

sobre discriminaciones y desapegos):



tu percepción bestial te diría

que todo lo femenino debió ser amparado,

cubierto, servido por mí.





Dictado por la mañana



Todo el proceso, incluido el resplandor

siguiendo a la mano adiestrada

-la mente se excluye y trata de apartar

a la razón, de limpiar el camino-,

duró hoy quince minutos.

Ahora cubriré lo aparecido

y esperaré sin instrucciones

el trabar de los huesos,

que hilos carnales los envuelvan.

A veces nace sin ojos, sin pies:

quizás escuché mal o era

demasiado pronto,

demasiado temprano.



Rodolfo Godino

viernes, 17 de junio de 2011

SUMARIO

SUMARIO


Entre los límites artificiales y el límite real por Ricardo Herrera.

Poesía:
El aire vive, Alejandro Bekes
Preguntas retóricas, Alejandro Nicotra
A una gata que se fue, Rodolfo Godino
Bar La vieja esquina, Gabriela Bayarri
Yo fui poeta, Antonio Requeni
Arte, Jorge Vázquez Yofre
Las casas, Rafael Felipe Oteriño
Sin intento/ La almohada, María Esber
La vida en las orillas, Elisa Molina
Noticias, Julio Bepré
Yo estuve aquí...Luis Edgardo Soulé

Página de la memoria
Arturo Capdevila; Baltazar.

jueves, 16 de junio de 2011

Dafne

La mirada de Apolo enamorado
la tocó como un rayo.
Su alma fue llamada a una isla de luz
su cuerpo se transformaba en verdes ramas
cantantes
ebrias de puro ser.
Conoció el arrebato de nubes
indescriptibles
y la felicidad de nadar entre hojas de
diamante.
Una mirada de fuego
la sostenía sobre el abismo.
Moraba en la alegría de una fiesta
de niños y racimos.
La vida era un paso de danza
hacia el cerúleo mar resplandeciente.
La acompañan memorias encendidas
dalias de fuego
un viento
hecho de pájaros.
Déjala reposar entre fulgores
no temas por su muerte.

Graciela Maturo

martes, 14 de junio de 2011

POESÍA DE CÓRDOBA (4 POETAS)


Es ya un lugar común, para la crítica que se ocupa de la poesía cordobesa de esta última mitad del siglo, decir que ella, a diferencia de la de otras zonas del país, no presenta rasgos regionalistas. Sin embargo, hojeando las páginas de sus poetas más representativos podemos a veces percibir el influjo de un ámbito mediterráneo, montañés, en imágenes o motivos. Pero tales figuras no guardan, generalmente, sino un carácter simbólico. Las torres, las cumbres o los árboles que eventualmente delinean sus paisajes obran así como entidades angélicas, portadoras de una significación interior.
Se tiene, más bien, la sensación de una poesía vuelta sobre sí misma y, a la vez, sobre lo esencial humano. Poesía de claustro y universo, podríamos figurarnos a sus autores, como Antonio Machado a su Berceo, en la penumbra y el silencio de la celda, si ilustráramos también su innegable atención a la íntima problemática de la época. Quiero expresar que su dictado “non es de ioglaría”; se trata del de una exigencia espiritual- que pretenderemos sugerir a través de la brevísima consideración de algunos de sus poetas princicipales.
Así, por ejemplo, en Emilio Sosa López, el autor que mejor encarna la estética y la crisis de la modernidad. Como bien ha dicho Horacio Armani en un esclarecedor ensayo publicado en La Gaceta, su poesía" exhibe en los comienzos un hondo misticismo existen­cial que irá desapareciendo para tornarse una crítica mirada un análisis metafísico del ser " y - agreguemos - del siglo que le tocó vivir. En efecto, Sosa López examina nuestro tiem­po, y su verbo se va convirtiendo, cada vez más, al avanzar su obra, en instrumento de esa indagación. Los resultados configuran, frecuentemente, visiones desoladas como la de este fragmento:

Anochece. Y el gran brillo de Occidente
cuaja su luz lechosa de neón.
Nosotros andamos entre esas blancas claridades
que demacran los rostros
y los convierten en piedra.
El corazón se endurece así hasta el crimen.

La noche no es más la noche bendita
del descanso, sino la desvelada pesadilla que acaba al amanecer.
Volvemos entonces
al giro continuo
de un tiempo que se devora a sí mismo.


Trascender ese tiempo, “que se devora a sí mismo ", es el ansia que mueve a Jorge Vocos Lescano, tan luego el poeta cordobés en que más notoriamente se percibe la voluntad de que el tiempo- y la peculiar emoción que suscita- circule en el interior del poema de manera sensible, vivencial, según lo quiere la estética machadiana. Uno de sus títulos - Con la figura, el temblor - define muy bien su poesía: la clásica plasticidad de la imagen y el estremecimiento romántico ante el fluir de las cosas, de la vida. Estamos, con él, muy lejos del esplendor fijo de la lógica; la salvación la otorga, paradójicamente, la palabra herida por la fugacidad, que ronda en torno a la evocación de Córdoba - símbolo de lo eterno, y también de un pasado que la nostalgia postula como paradisíaco :

Alguna vez- yo sé que está conmigo, y es la razón donde me sé más fuerte-ha de cambiar el viento de la suerte
y he de volver como antes a tu abrigo.

Puede que el puro sueño que persigo se cumpla sólo el día de la muerte. Cuando los ojos ya no puedan verte. Cuando no diga lo que ahora digo.

Pero es igual, igual, pues el desvelo, que es desvelo de sierra y campanario, está en el corazón, no tiene horario.

Yen este andar tan lejos de tu cielo sólo el volver se me hace necesario, volver es la medida del consuelo.

Ese retorno salvífico, el suyo, que de algún modo puede ser también el nuestro, busca lograr su fin, sin duda, mediante la virtud estética.
Osvaldo Pol, en cambio, sacerdote jesuita, confiere -así nos parece- el fundamento de la acción redentora de la poesía al hallazgo del más puro concepto moral. Su palabra, exigida en la ascesis, alcanza sin embargo una rara belleza. Casi sin imágenes, con ritmo apenas perceptible, el verso oscila entre la reflexión y la plegaria. Medita su día, emite su juicio y queda en disponibilidad para más altos tribunales:

Pero es igual, igual, pues el desvelo, que es desvelo de sierra y campanario, está en el corazón, no tiene horario.

Yen este andar tan lejos de tu cielo sólo el volver se me hace necesario, volver es la medida del consuelo.

Ese retorno salvífico, el suyo, que de algún modo puede ser también el nuestro, busca lograr su fin, sin duda, mediante la virtud estética.
Osvaldo Pol, en cambio, sacerdote jesuita, confiere -así nos parece- el fundamento de la acción redentora de la poesía al hallazgo del más puro concepto moral. Su palabra, exigida en la ascesis, alcanza sin embargo una rara belleza. Casi sin imágenes, con ritmo apenas perceptible, el verso oscila entre la reflexión y la plegaria. Medita su día, emite su juicio y queda en disponibilidad para más altos tribunales:

Tengo,
para mis altos tribunales,
que hacer la criba exacta de los días.

……………......................................
Nada fuera del juicio
necesario cuando llegue el momento de las claridades. Nada.

Ni siquiera estos versos
con sus palabras débiles de carne, con su anhelante rastro de belleza y plegaria.

Aquí debiera acabar, cumplidos ya los minutos que le han sido otorgados, esta exposición. Guardo la esperanza de que, a través de los pocos renglones leídos y especialmente a través de los versos de los poetas, cuya cita estimé inexcusable, ella haya permitido siquiera entrever cierto sentido unitario de la poesía de Córdoba, más allá de sus formas y visiones diversas. Sentido quizá emergente de su fe orientada a revertir el nihilismo de un " vivir sin imagen ", culpable de ese fruto verde, o vacío, que, según la metáfora de Rilke, el ángel desdeña en nuestra muerte.
Pero solicito de la benevolencia de los señores académicos unos segundos más "aún para confiar a otro poeta cordobés la clausura de estas páginas. A la ironía, la mesura, y el lirismo lacónico de Rodolfo Godino entrego la responsabilidad de un prudente final:

Dioses adecuados,
galas y furias trajimos aquí
y un espejo de luna favorable.

Sobre esta mesa la palabra explora y el oficio elude en el poema rastros de sombras coronadas.

(Como ellas seremos juzgados, señalada nuestra duda
como recto sendero,
nuestra certeza como veleidad, nuestras líneas de sangre
como exasperación del sentimiento.}

Bienvenida, materia real, ley del juego ~ llamada por alguien don celeste.

Alejandro Nicotra


Estas páginas fueron leídas por su autor en la Sesión Pública de la Academia Argentina de Letras realizada en San Miguel de Tucumán el 10 de Junio de 1998.

martes, 3 de mayo de 2011

Mujer dormida o dunas



Apenas unas dunas

que sobrevuela un pájaro
y un caballo contempla desde su blando límite.


Alrededor, el cielo. Las distancias.


Un sol sin sol, un viento oculto,
mueven su cálida respiración, apenas.


Uno sueña las fuentes.


Despertarlas con crines y con furias.
Cavar con cascos hasta el grito.


Sólo es posible
enredarse las alas en espinas
y morir.


Alejandro Nicotra

sábado, 30 de abril de 2011

El pan de las abejas



(En memoria de A.E.A., poeta.)


El pan de las abejas, la miel de todos,


Sopla el tiempo
sobre la galería de tu casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema


("El agua con racimos y la luz con abejas".
Patio sin parras. Seco aljibe.

Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.


He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los panales.


He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
gota a gota,
los pequeños
cadáveres.


He visto al sapo gordo
saciado de saqueo.


Sopla el tiempo
desde la fresca sombra de las parras,
los cántaros, las flores. (El temblor
y la luz de las abejas.) Oigo
tu voz.

Un niño pasa con un plato de miel.


He visto las colmenas devastadas,
el humo por el aire de marzo.


Y he visto,
entre las ruinas y la sombra,
el pan hecho de sol;
quiero decir
lo sabes: vi tu muerte
y tu vida. (La galería rota
de tu casa, las páginas
doradas). Y mi vida
y mi muerte,
seguramente iguales.


Un hombre pasa con un plato de miel.


El pan de las abejas,
la miel de todos.

Alejandro Nicotra

jueves, 28 de abril de 2011

Adioses


Las despedidas quedan en la voz.

Cualquier pequeño abismo
-no encontrar una calle
un silencio en medio de una fiesta
un saludo evasivo-
reabre el desamparo.

Ella partió de nuevo esta tarde
y la lejanía se ahondó como un mar.

Crujían en el viento los árboles
de la Terminal de Ómnibus
moviendo pájaros
como pañuelos.

Los adioses son pedazos
de piel
que se pegan para siempre
en la garganta.

Cuando ella regrese
mis palabras de bienvenida
irremediablemente
estarán despidiéndola.


Osvaldo Guevara

miércoles, 27 de abril de 2011

Niña Carmen


Niña Carmen: anoche he comido unas uvas
dulces
como sus ojos.
Yo regresaba solo a pieza de hotel.
Iba subiendo, solo, esa escalera
queme pone en los pies lejanías de barco.
Y me salieron al paso los racimos
de un parral numeroso
que lo rodea todo como una sombra verde.
Mi mano deshabitada
que venía de no tocar tu pelo
fue tocando las uvas.
Mi boca desierta
que volvía de hablarle a usted
con la cautela con que una llovizna
se acerca a una paloma
fue comiendo las uvas
lentamente
sintiéndolas
perderse en mi garganta como imposibles besos
oyéndolas
penetrar en mi cuerpo y en mi vida
convertírseme en sangre
una sangre de miel y fuego suave
que cantará en mis venas para siempre.
Minuto tras minuto
uva
tras
uva
seguí yo en la escalera del hotel silencioso
a esa hora en que los huéspedes duermen
pesadamente
o se dejan estar
en un sopor insomne
recordando
olvidando
distintos
ni educados vulgares o feroces
con la brasa indolente del verano
en las respiraciones y las sábanas.
Una sensación honda
delgada
casi como una pena pero sin sufrimiento
entraba en mi memoria
mis manos
mi destino
(una sensación que iría conmigo hasta la pieza
y allí se quedaría
como un agazapado amanecer
hasta este día
este poema).
Y las hojas aún tibias del parral
era una frescura de canción olvidada
de aire envolviéndome el corazón
como un agua
una luz
como una cabellera de mujer.
Inmóvil
subía por las uvas
hasta empujar los racimos del azul con la frente.
Y ya no estuve solo. No me pesaban
enero
los zapatos
la escalera
los años y perjuicios
las habitaciones sordamente entreabiertas
el roce de la noche despierta como un pulso
el amor que no llovió en mi sed
las estrellas cansadas y espesas del verano.
Esas uvas
tan lentamente dulces
tenían el aroma
el color
el sabor de sus ojos
Niña Carmen.

Osvaldo Guevara

martes, 26 de abril de 2011

Rapsodia en blue


Un negro sopla una trompeta larga
como las tiras de su piel.
Sopla y sopla una trompeta roja
como el algodón del sur
que se tiznó con su sangre
y se empapó en su noche, para siempre.
Un negro sopla una trompeta blanca
como la hoguera de su risa.
Sopla y caen medallas.
Sopla y antiguos látigos se pudren.
Sopla
y una primavera furiosamente dulce
reparte flores negras sedientas como bocas
entre hombres de color, entre hombres de dolor,
entre niños de corazón descalzo,
entre oscuras mujeres de vientres luminosos.
La música del negro es más clara que el llanto.
Tiene fiebre de selva, amanecer de selva.
Tiene pisadas de ciudad,
maullidos de ciudad,
y ojos y uñas y besos de ciudad.
Tiene un amor tan húmedo y feroz
que la agazapada sonrisa del blanco retorna a su cubil
acosada
acusada por ese son eterno.

Osvaldo Guevara (Integrante de Revista Asueto)

lunes, 10 de enero de 2011

Siesta




Siesta

Ciudad del silencio en la siesta.
Después del cenit,
se adormecen las voces,
y los pasos presurosos de la calle,
de pronto, desaparecen.
Todo queda vacío,
las veredas que ensordecían
con su rumor urbano,
son corredores habitados de fantasmas
que se reflejan en las vidrieras.
Apariciones, peregrinos,
en la callada hora,
la de la indulgencia de los seres y las cosas,
ahora dormidas, esperando…

Gabriela Bayarri

domingo, 9 de enero de 2011

Exilio

Al cerrar el negocio
mis padres
se sentaban en la vereda
del Panamericano
a mirar el desfile.
Mi padre sonreía
con la misma serena tristeza,
repetida,
tantos años después,
en la fila de cajones
abiertos hacia el crematorio,
más oscuro, con los párpados quietos,
entero, intacto,
esperándome.
Así dio su perdón,
así recibió el mío.
Acompañaba la fiesta
con la mirada suave
del que ha danzado, inocente,
sobre los barcos del exilio.
Cuando pregunté
en el Registro de su país
la íntima caligrafía
sentenciaba “desertor”.
Cómo explicar
que tenía dos años al partir,
que nunca se había ido,
que cada mañana
ascendía las calles amarillas
de Maalula
mientras levantaba las persianas.

Susana Cabuchi

sábado, 8 de enero de 2011

Traducción: Esteban Nicotra




Otras instrucciones

“Lo impoético: cuéntalo en relámpagos.
Nombra las imperceptibles nuevas
cosas del mundo en el que ahora estamos
inmersos. Y los versos
estén atentos a lo común, a la prosa
que cuidas. Y a la ardiente
marea de impresoras, ya que el canto
es fuerza de memoria y sentimientos,
y hoy no otra cosa que el fragmento
pareciera nos es dado por instantes,
aún inténtalo, si puedes, como tantos
durando un poco por sobre este viento...”

Gianni D`elia
Versión de Esteban Nicotra

Altre istruzioni
“L´impoetico: raccontalo a lampi.
Nomina le nuove impercepite
cose del mondo in cui ora siamo
inmersi. E siano i versi
attenti al comune, alla prosa
che servi. E all´arso
cicalio delle stampanti, poi che canto
è forza di mempria e sentimento
e oggi nient´altro che il frammento
sembra ci sia dato per istanti,
tu pure tentalo, se puoi, come tanti
durando un poco oltre quel vento...”

viernes, 7 de enero de 2011

Alejandro Nicotra se refiere a la obra de Rafael Alberto Arrieta



Página de la memoria

Motivo de otoño

En cestillo de plata
brindas, otoño colector, el fruto
jugoso, almibarado: ¡la carnuda
delicia que deshace
su corazón en aguanieve; el vivo
panal de forma cincelada que abre
su corazón de almendra; el ya postrero
néctar que aumenta su dulzura herido
por el fúnebre anuncio! Así la muerte
mezcla al vino de amor su gota hermana,
y el hombre pasajero
sacia su sed de eternidad, amando
con un ansia mayor lo que perece.
¡Embriágueme tu fruto
sensual! Sangre la maca
dolorida su miel, nunca más dulce;
y en la ablandada intimidad, ya dócil
al roedor que desmorona el túnel
de su constancia, déme
consuelo y fuerza tu licor, otoño,
¡dime, maestro, tu lección preciosa!

Rafael Alberto Arrieta (Rauch, Buenos Aires; 1889 – 1968)



Oro y espacio

Granado, higueras, viñas:
el aire vivo de las sierras.
un diálogo producido por el viento,
la vara solar, los pajonales y las plantas.
Con la serenidad
de un Dios en penitencia,
a veces se cierran,
como una flor en la noche,
tus ojos perdidos, fatigados.

Los Hornillos - Cba.
Jorge Vazquez Yofre

jueves, 6 de enero de 2011

Claudio Suárez




Sin consuelo

El mundo viejo
impuso su tristeza
y hay demasiadas cosas
con las que no sé qué hacer.
Si estuviera en mi patio de chico
quizás podría
(con las expensas al día)
esperar en algún rinconcito
como si todo aún por suceder.

Jorge Prieto

miércoles, 5 de enero de 2011

Osvaldo Guevara




Deshabitado

Esperando que vengas, como un pálido
tronco impaciente por la primavera,
me dejo ser, crepuscular y escuálido,
con mi sangre pintándose de ojera.

Bajo mis pies el tiempo es como un barro
que me amorata, manosea y moja.
Pasa la sombra a tumbos como un carro.
Siento un adiós caer como una hoja.

Tu vestido murmura como un rubio
río callando, como un agua suelta.
Suele tornarte luz, como un efluvio,
y flotarme la piel, como disuelta.

Quieto en la noche, aspiro tu memoria.
Espero y tiemblo con la voz vaciada.
La luna es una sábana mortuoria
sobre mi soledad de planta helada.

A veces llegas con tu aroma en vilo,
con tu peso de polen, con tu aliento.
Ahora, con sus cuernos, con su filo,
me desparrama tu color el viento.

Te escribiré de nuevo, con la pluma
como empapada en humedad de beso,
porque aun perdida - nave, brillo, bruma -
sigues creciendo en mí, hueso tras hueso.

Osvaldo Guevara

Memoria de Horacio Castillo



(Ensenada, 1934 – La Plata, 2010)


Esta mañana falleció en La Plata el gran poeta y el querido amigo Horacio Castillo. Me lo comunicó esta tarde Rafael Oteriño, en unas breves, desoladas líneas. Veo ahora en una noticia, junto a su nombre, las dos fechas entre paréntesis, y me parece mentira. La próxima semana pensaba visitarlo.

Ahora es de noche, me he servido un vaso de buen vino, he prendido una pipa y he puesto sobre la mesa sus libros, los libros que he leído tantas veces a lo largo de los años, muchos de cuyos poemas a menudo me he dicho a solas, de memoria. Hace unos instantes, justamente, me he repetido unos versos que parecen escritos para esta ocasión, una suerte de ensalmo o talismán para el momento de la muerte:

Cuando mi alma, como una rana, salte a la nada
la oirán croar, croar toda la noche,
croar arriba y abajo, al este y al oeste,
hasta que el ojo monótono de la luna llore en los pantanos,
hasta que cese el espanto y empiece la eternidad.

Conocí a Castillo cuando yo tenía quince años, en un encuentro de poetas en mi ciudad natal. Recuerdo claramente aquel día, que tuvo una especial importancia en mi vida y en mi aprendizaje de la poesía. En una pausa de las numerosas lecturas de poemas, que a ambos nos resultaban un poco abrumadoras, me invitó a cenar en un restaurante que estaba al frente de la plaza central, y ahí nos quedamos comiendo y conversando durante casi dos horas. Él hablaba, en realidad, y yo sólo escuchaba, intercalando apenas cada tanto la memoria de algún pasaje leído, alguna vacilante idea, y preguntas sobre su poesía, que aquel adolescente ya frecuentaba con fervor desde hacía un tiempo. Para entonces, Castillo había publicado Descripción (1971), libro del cual tempranamente renegaba, y Materia acre (1974), y preparaba su tercer libro, Tuerto rey, que aparecería algunos años más tarde, en 1982. Luego de aquella cena, se inició una extraña amistad ―extraña por la disparidad de edades, sin contar la de talento― que se prolongó durante décadas, hasta hoy. En todo ese tiempo, he tenido la suerte de compartir muchas más horas de conversación con él, y de leer algunos de sus poemarios cuando todavía se encontraban inéditos, pero ya conclusos y, diría, perfectos, luego de largos años de lenta elaboración. También he tenido el raro privilegio de publicar sus últimos libros, desde Los gatos de la Acrópolis (1998), segundo título de la colección “Fénix”, hasta Mandala (2005), además de un volumen de traducciones de poemas de Takis Varvitsiotis. Quedó en proceso de edición un conjunto de versiones de otro poeta griego contemporáneo, Miltos Sajturis, que confío saldrá próximamente, a manera de póstumo homenaje a su traductor.

Hay en la obra poética de Castillo una notable paradoja: parece haber surgido de un puro don imaginativo, parece no aceptar en su espacio mágico, de resonancias míticas, sino lo que ha sido depurado de todo lastre autobiográfico, de toda circunstancialidad realista; y sin embargo, al leerla nos conmueve como si a cada instante nos trajera el recuerdo de la más concreta y honda experiencia de vida, del temor y el temblor del hombre ante el dolor, el mal individual y colectivo, la muerte, y también del estremecimiento humano ante la belleza, el amor, el conocimiento, el goce de estar vivos. Creo que la piedad por lo que hay de sufrimiento y de felicidad en el mundo es una de las raíces profundas de su escritura. Alguna vez me pareció advertir en su poema “Hice un hoyo” una especie de arte poética, una descripción precisa del proceso que cumple la materia existencial hasta quedar transfigurada en un gajo de purísima creación imaginativa:

Hice un hoyo en la tierra
y lloré dentro de él; lloré de bruces,
hasta que el llanto llegó al fondo,
hasta que todo se anegó,
hasta que brotó de la profundidad
un tallo que nadie hubo tocado.

Yo no sé si la poesía ayuda para afrontar la propia muerte. Probablemente sí, pero no estoy seguro. Sé, sin embargo, que los versos de los poetas admirados y queridos nos dan consuelo para aceptar su desaparición: en ellos seguirán viviendo, seguirán acompañándonos en el silencio y la soledad de la conciencia hasta que llegue la hora de partir también. En los versos de Horacio Castillo se cumple lo que deseó como inscripción para una lápida anónima: la palabra ―como una especia, como una hierba aromática― que mientras su perfume se disipa recuerda al que la lee la existencia de la que se ha nutrido, la fruición de la vida triunfando sobre la extinción:

Ni la rosa perfecta ni el laurel público:
nardo y albahaca, anís, lavanda, nuez moscada,
y que el aire del alba esparciendo su aroma
avise al peregrino: Éste vivió.

por Pablo Anadón
Alta Gracia - Córdoba, 5 de julio de 2010.

martes, 4 de enero de 2011

Ajedrez

Enfrentados en la pequeña mesa
se miran largamente
intentando descifrar lo que el tiempo no borró.
Papá y el abuelo saben
que cada palabra es una guerra.
Juegan. Mueren de a poco,
callados.
En el borde del tablero,
confío que alguno me prefiera
y oculte un alfil en mi mano.
Que alguno olvide,
para que sus batallas no sean la mía.

Daniel Mariani

lunes, 3 de enero de 2011

Dafne



Dafne

La mirada de Apolo enamorado
la tocó como un rayo.
Su alma fue llamada a una isla de luz
su cuerpo se transformaba en verdes ramas
cantantes
ebrias de puro ser.
Conoció el arrebato de nubes
indescriptibles
y la felicidad de nadar entre hojas de
diamante.
Una mirada de fuego
la sostenía sobre el abismo.
Moraba en la alegría de una fiesta
de niños y racimos.
La vida era un paso de danza
hacia el cerúleo mar resplandeciente.
La acompañan memorias encendidas
dalias de fuego
un viento
hecho de pájaros.
Déjala reposar entre fulgores
no temas por su muerte.


Graciela Maturo