Al cerrar el negocio
mis padres
se sentaban en la vereda
del Panamericano
a mirar el desfile.
Mi padre sonreía
con la misma serena tristeza,
repetida,
tantos años después,
en la fila de cajones
abiertos hacia el crematorio,
más oscuro, con los párpados quietos,
entero, intacto,
esperándome.
Así dio su perdón,
así recibió el mío.
Acompañaba la fiesta
con la mirada suave
del que ha danzado, inocente,
sobre los barcos del exilio.
Cuando pregunté
en el Registro de su país
la íntima caligrafía
sentenciaba “desertor”.
Cómo explicar
que tenía dos años al partir,
que nunca se había ido,
que cada mañana
ascendía las calles amarillas
de Maalula
mientras levantaba las persianas.
Susana Cabuchi
Al servicio de quien me quiera: Todas las cartas de amor
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*Sábado, 8 de febrero*SUEÑOS PREMONITORIOS
Soy muy sensible a la adulación. Ese es mi talón de Aquiles o mi caballo de
Troya. No es que me crea cual...
Hace 5 días
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