Es ya un lugar común, para la crítica que se ocupa de la poesía cordobesa de esta última mitad del siglo, decir que ella, a diferencia de la de otras zonas del país, no presenta rasgos regionalistas. Sin embargo, hojeando las páginas de sus poetas más representativos podemos a veces percibir el influjo de un ámbito mediterráneo, montañés, en imágenes o motivos. Pero tales figuras no guardan, generalmente, sino un carácter simbólico. Las torres, las cumbres o los árboles que eventualmente delinean sus paisajes obran así como entidades angélicas, portadoras de una significación interior.
Se tiene, más bien, la sensación de una poesía vuelta sobre sí misma y, a la vez, sobre lo esencial humano. Poesía de claustro y universo, podríamos figurarnos a sus autores, como Antonio Machado a su Berceo, en la penumbra y el silencio de la celda, si ilustráramos también su innegable atención a la íntima problemática de la época. Quiero expresar que su dictado “non es de ioglaría”; se trata del de una exigencia espiritual- que pretenderemos sugerir a través de la brevísima consideración de algunos de sus poetas princicipales.
Así, por ejemplo, en Emilio Sosa López, el autor que mejor encarna la estética y la crisis de la modernidad. Como bien ha dicho Horacio Armani en un esclarecedor ensayo publicado en La Gaceta, su poesía" exhibe en los comienzos un hondo misticismo existencial que irá desapareciendo para tornarse una crítica mirada un análisis metafísico del ser " y - agreguemos - del siglo que le tocó vivir. En efecto, Sosa López examina nuestro tiempo, y su verbo se va convirtiendo, cada vez más, al avanzar su obra, en instrumento de esa indagación. Los resultados configuran, frecuentemente, visiones desoladas como la de este fragmento:
Anochece. Y el gran brillo de Occidente
cuaja su luz lechosa de neón.
Nosotros andamos entre esas blancas claridades
que demacran los rostros
y los convierten en piedra.
El corazón se endurece así hasta el crimen.
La noche no es más la noche bendita
del descanso, sino la desvelada pesadilla que acaba al amanecer.
Volvemos entonces
al giro continuo
de un tiempo que se devora a sí mismo.
Trascender ese tiempo, “que se devora a sí mismo ", es el ansia que mueve a Jorge Vocos Lescano, tan luego el poeta cordobés en que más notoriamente se percibe la voluntad de que el tiempo- y la peculiar emoción que suscita- circule en el interior del poema de manera sensible, vivencial, según lo quiere la estética machadiana. Uno de sus títulos - Con la figura, el temblor - define muy bien su poesía: la clásica plasticidad de la imagen y el estremecimiento romántico ante el fluir de las cosas, de la vida. Estamos, con él, muy lejos del esplendor fijo de la lógica; la salvación la otorga, paradójicamente, la palabra herida por la fugacidad, que ronda en torno a la evocación de Córdoba - símbolo de lo eterno, y también de un pasado que la nostalgia postula como paradisíaco :
Alguna vez- yo sé que está conmigo, y es la razón donde me sé más fuerte-ha de cambiar el viento de la suerte
y he de volver como antes a tu abrigo.
Puede que el puro sueño que persigo se cumpla sólo el día de la muerte. Cuando los ojos ya no puedan verte. Cuando no diga lo que ahora digo.
Pero es igual, igual, pues el desvelo, que es desvelo de sierra y campanario, está en el corazón, no tiene horario.
Yen este andar tan lejos de tu cielo sólo el volver se me hace necesario, volver es la medida del consuelo.
Ese retorno salvífico, el suyo, que de algún modo puede ser también el nuestro, busca lograr su fin, sin duda, mediante la virtud estética.
Osvaldo Pol, en cambio, sacerdote jesuita, confiere -así nos parece- el fundamento de la acción redentora de la poesía al hallazgo del más puro concepto moral. Su palabra, exigida en la ascesis, alcanza sin embargo una rara belleza. Casi sin imágenes, con ritmo apenas perceptible, el verso oscila entre la reflexión y la plegaria. Medita su día, emite su juicio y queda en disponibilidad para más altos tribunales:
Pero es igual, igual, pues el desvelo, que es desvelo de sierra y campanario, está en el corazón, no tiene horario.
Yen este andar tan lejos de tu cielo sólo el volver se me hace necesario, volver es la medida del consuelo.
Ese retorno salvífico, el suyo, que de algún modo puede ser también el nuestro, busca lograr su fin, sin duda, mediante la virtud estética.
Osvaldo Pol, en cambio, sacerdote jesuita, confiere -así nos parece- el fundamento de la acción redentora de la poesía al hallazgo del más puro concepto moral. Su palabra, exigida en la ascesis, alcanza sin embargo una rara belleza. Casi sin imágenes, con ritmo apenas perceptible, el verso oscila entre la reflexión y la plegaria. Medita su día, emite su juicio y queda en disponibilidad para más altos tribunales:
Tengo,
para mis altos tribunales,
que hacer la criba exacta de los días.
……………......................................
Nada fuera del juicio
necesario cuando llegue el momento de las claridades. Nada.
Ni siquiera estos versos
con sus palabras débiles de carne, con su anhelante rastro de belleza y plegaria.
Aquí debiera acabar, cumplidos ya los minutos que le han sido otorgados, esta exposición. Guardo la esperanza de que, a través de los pocos renglones leídos y especialmente a través de los versos de los poetas, cuya cita estimé inexcusable, ella haya permitido siquiera entrever cierto sentido unitario de la poesía de Córdoba, más allá de sus formas y visiones diversas. Sentido quizá emergente de su fe orientada a revertir el nihilismo de un " vivir sin imagen ", culpable de ese fruto verde, o vacío, que, según la metáfora de Rilke, el ángel desdeña en nuestra muerte.
Pero solicito de la benevolencia de los señores académicos unos segundos más "aún para confiar a otro poeta cordobés la clausura de estas páginas. A la ironía, la mesura, y el lirismo lacónico de Rodolfo Godino entrego la responsabilidad de un prudente final:
Dioses adecuados,
galas y furias trajimos aquí
y un espejo de luna favorable.
Sobre esta mesa la palabra explora y el oficio elude en el poema rastros de sombras coronadas.
(Como ellas seremos juzgados, señalada nuestra duda
como recto sendero,
nuestra certeza como veleidad, nuestras líneas de sangre
como exasperación del sentimiento.}
Bienvenida, materia real, ley del juego ~ llamada por alguien don celeste.
Alejandro Nicotra
Estas páginas fueron leídas por su autor en la Sesión Pública de la Academia Argentina de Letras realizada en San Miguel de Tucumán el 10 de Junio de 1998.