Bienvenidos a Revista Asueto, un espacio de literatura, crítica y traducción, para disfrutar de poesía contemporánea, con autores cordobeses, argentinos y de Traslasierra. Desde Villa Dolores, Córdoba, Argentina.




sábado, 30 de abril de 2011

El pan de las abejas



(En memoria de A.E.A., poeta.)


El pan de las abejas, la miel de todos,


Sopla el tiempo
sobre la galería de tu casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema


("El agua con racimos y la luz con abejas".
Patio sin parras. Seco aljibe.

Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.


He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los panales.


He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
gota a gota,
los pequeños
cadáveres.


He visto al sapo gordo
saciado de saqueo.


Sopla el tiempo
desde la fresca sombra de las parras,
los cántaros, las flores. (El temblor
y la luz de las abejas.) Oigo
tu voz.

Un niño pasa con un plato de miel.


He visto las colmenas devastadas,
el humo por el aire de marzo.


Y he visto,
entre las ruinas y la sombra,
el pan hecho de sol;
quiero decir
lo sabes: vi tu muerte
y tu vida. (La galería rota
de tu casa, las páginas
doradas). Y mi vida
y mi muerte,
seguramente iguales.


Un hombre pasa con un plato de miel.


El pan de las abejas,
la miel de todos.

Alejandro Nicotra

jueves, 28 de abril de 2011

Adioses


Las despedidas quedan en la voz.

Cualquier pequeño abismo
-no encontrar una calle
un silencio en medio de una fiesta
un saludo evasivo-
reabre el desamparo.

Ella partió de nuevo esta tarde
y la lejanía se ahondó como un mar.

Crujían en el viento los árboles
de la Terminal de Ómnibus
moviendo pájaros
como pañuelos.

Los adioses son pedazos
de piel
que se pegan para siempre
en la garganta.

Cuando ella regrese
mis palabras de bienvenida
irremediablemente
estarán despidiéndola.


Osvaldo Guevara

miércoles, 27 de abril de 2011

Niña Carmen


Niña Carmen: anoche he comido unas uvas
dulces
como sus ojos.
Yo regresaba solo a pieza de hotel.
Iba subiendo, solo, esa escalera
queme pone en los pies lejanías de barco.
Y me salieron al paso los racimos
de un parral numeroso
que lo rodea todo como una sombra verde.
Mi mano deshabitada
que venía de no tocar tu pelo
fue tocando las uvas.
Mi boca desierta
que volvía de hablarle a usted
con la cautela con que una llovizna
se acerca a una paloma
fue comiendo las uvas
lentamente
sintiéndolas
perderse en mi garganta como imposibles besos
oyéndolas
penetrar en mi cuerpo y en mi vida
convertírseme en sangre
una sangre de miel y fuego suave
que cantará en mis venas para siempre.
Minuto tras minuto
uva
tras
uva
seguí yo en la escalera del hotel silencioso
a esa hora en que los huéspedes duermen
pesadamente
o se dejan estar
en un sopor insomne
recordando
olvidando
distintos
ni educados vulgares o feroces
con la brasa indolente del verano
en las respiraciones y las sábanas.
Una sensación honda
delgada
casi como una pena pero sin sufrimiento
entraba en mi memoria
mis manos
mi destino
(una sensación que iría conmigo hasta la pieza
y allí se quedaría
como un agazapado amanecer
hasta este día
este poema).
Y las hojas aún tibias del parral
era una frescura de canción olvidada
de aire envolviéndome el corazón
como un agua
una luz
como una cabellera de mujer.
Inmóvil
subía por las uvas
hasta empujar los racimos del azul con la frente.
Y ya no estuve solo. No me pesaban
enero
los zapatos
la escalera
los años y perjuicios
las habitaciones sordamente entreabiertas
el roce de la noche despierta como un pulso
el amor que no llovió en mi sed
las estrellas cansadas y espesas del verano.
Esas uvas
tan lentamente dulces
tenían el aroma
el color
el sabor de sus ojos
Niña Carmen.

Osvaldo Guevara

martes, 26 de abril de 2011

Rapsodia en blue


Un negro sopla una trompeta larga
como las tiras de su piel.
Sopla y sopla una trompeta roja
como el algodón del sur
que se tiznó con su sangre
y se empapó en su noche, para siempre.
Un negro sopla una trompeta blanca
como la hoguera de su risa.
Sopla y caen medallas.
Sopla y antiguos látigos se pudren.
Sopla
y una primavera furiosamente dulce
reparte flores negras sedientas como bocas
entre hombres de color, entre hombres de dolor,
entre niños de corazón descalzo,
entre oscuras mujeres de vientres luminosos.
La música del negro es más clara que el llanto.
Tiene fiebre de selva, amanecer de selva.
Tiene pisadas de ciudad,
maullidos de ciudad,
y ojos y uñas y besos de ciudad.
Tiene un amor tan húmedo y feroz
que la agazapada sonrisa del blanco retorna a su cubil
acosada
acusada por ese son eterno.

Osvaldo Guevara (Integrante de Revista Asueto)