Bienvenidos a Revista Asueto, un espacio de literatura, crítica y traducción, para disfrutar de poesía contemporánea, con autores cordobeses, argentinos y de Traslasierra. Desde Villa Dolores, Córdoba, Argentina.




lunes, 10 de enero de 2011

Siesta




Siesta

Ciudad del silencio en la siesta.
Después del cenit,
se adormecen las voces,
y los pasos presurosos de la calle,
de pronto, desaparecen.
Todo queda vacío,
las veredas que ensordecían
con su rumor urbano,
son corredores habitados de fantasmas
que se reflejan en las vidrieras.
Apariciones, peregrinos,
en la callada hora,
la de la indulgencia de los seres y las cosas,
ahora dormidas, esperando…

Gabriela Bayarri

domingo, 9 de enero de 2011

Exilio

Al cerrar el negocio
mis padres
se sentaban en la vereda
del Panamericano
a mirar el desfile.
Mi padre sonreía
con la misma serena tristeza,
repetida,
tantos años después,
en la fila de cajones
abiertos hacia el crematorio,
más oscuro, con los párpados quietos,
entero, intacto,
esperándome.
Así dio su perdón,
así recibió el mío.
Acompañaba la fiesta
con la mirada suave
del que ha danzado, inocente,
sobre los barcos del exilio.
Cuando pregunté
en el Registro de su país
la íntima caligrafía
sentenciaba “desertor”.
Cómo explicar
que tenía dos años al partir,
que nunca se había ido,
que cada mañana
ascendía las calles amarillas
de Maalula
mientras levantaba las persianas.

Susana Cabuchi

sábado, 8 de enero de 2011

Traducción: Esteban Nicotra




Otras instrucciones

“Lo impoético: cuéntalo en relámpagos.
Nombra las imperceptibles nuevas
cosas del mundo en el que ahora estamos
inmersos. Y los versos
estén atentos a lo común, a la prosa
que cuidas. Y a la ardiente
marea de impresoras, ya que el canto
es fuerza de memoria y sentimientos,
y hoy no otra cosa que el fragmento
pareciera nos es dado por instantes,
aún inténtalo, si puedes, como tantos
durando un poco por sobre este viento...”

Gianni D`elia
Versión de Esteban Nicotra

Altre istruzioni
“L´impoetico: raccontalo a lampi.
Nomina le nuove impercepite
cose del mondo in cui ora siamo
inmersi. E siano i versi
attenti al comune, alla prosa
che servi. E all´arso
cicalio delle stampanti, poi che canto
è forza di mempria e sentimento
e oggi nient´altro che il frammento
sembra ci sia dato per istanti,
tu pure tentalo, se puoi, come tanti
durando un poco oltre quel vento...”

viernes, 7 de enero de 2011

Alejandro Nicotra se refiere a la obra de Rafael Alberto Arrieta



Página de la memoria

Motivo de otoño

En cestillo de plata
brindas, otoño colector, el fruto
jugoso, almibarado: ¡la carnuda
delicia que deshace
su corazón en aguanieve; el vivo
panal de forma cincelada que abre
su corazón de almendra; el ya postrero
néctar que aumenta su dulzura herido
por el fúnebre anuncio! Así la muerte
mezcla al vino de amor su gota hermana,
y el hombre pasajero
sacia su sed de eternidad, amando
con un ansia mayor lo que perece.
¡Embriágueme tu fruto
sensual! Sangre la maca
dolorida su miel, nunca más dulce;
y en la ablandada intimidad, ya dócil
al roedor que desmorona el túnel
de su constancia, déme
consuelo y fuerza tu licor, otoño,
¡dime, maestro, tu lección preciosa!

Rafael Alberto Arrieta (Rauch, Buenos Aires; 1889 – 1968)



Oro y espacio

Granado, higueras, viñas:
el aire vivo de las sierras.
un diálogo producido por el viento,
la vara solar, los pajonales y las plantas.
Con la serenidad
de un Dios en penitencia,
a veces se cierran,
como una flor en la noche,
tus ojos perdidos, fatigados.

Los Hornillos - Cba.
Jorge Vazquez Yofre

jueves, 6 de enero de 2011

Claudio Suárez




Sin consuelo

El mundo viejo
impuso su tristeza
y hay demasiadas cosas
con las que no sé qué hacer.
Si estuviera en mi patio de chico
quizás podría
(con las expensas al día)
esperar en algún rinconcito
como si todo aún por suceder.

Jorge Prieto

miércoles, 5 de enero de 2011

Osvaldo Guevara




Deshabitado

Esperando que vengas, como un pálido
tronco impaciente por la primavera,
me dejo ser, crepuscular y escuálido,
con mi sangre pintándose de ojera.

Bajo mis pies el tiempo es como un barro
que me amorata, manosea y moja.
Pasa la sombra a tumbos como un carro.
Siento un adiós caer como una hoja.

Tu vestido murmura como un rubio
río callando, como un agua suelta.
Suele tornarte luz, como un efluvio,
y flotarme la piel, como disuelta.

Quieto en la noche, aspiro tu memoria.
Espero y tiemblo con la voz vaciada.
La luna es una sábana mortuoria
sobre mi soledad de planta helada.

A veces llegas con tu aroma en vilo,
con tu peso de polen, con tu aliento.
Ahora, con sus cuernos, con su filo,
me desparrama tu color el viento.

Te escribiré de nuevo, con la pluma
como empapada en humedad de beso,
porque aun perdida - nave, brillo, bruma -
sigues creciendo en mí, hueso tras hueso.

Osvaldo Guevara

Memoria de Horacio Castillo



(Ensenada, 1934 – La Plata, 2010)


Esta mañana falleció en La Plata el gran poeta y el querido amigo Horacio Castillo. Me lo comunicó esta tarde Rafael Oteriño, en unas breves, desoladas líneas. Veo ahora en una noticia, junto a su nombre, las dos fechas entre paréntesis, y me parece mentira. La próxima semana pensaba visitarlo.

Ahora es de noche, me he servido un vaso de buen vino, he prendido una pipa y he puesto sobre la mesa sus libros, los libros que he leído tantas veces a lo largo de los años, muchos de cuyos poemas a menudo me he dicho a solas, de memoria. Hace unos instantes, justamente, me he repetido unos versos que parecen escritos para esta ocasión, una suerte de ensalmo o talismán para el momento de la muerte:

Cuando mi alma, como una rana, salte a la nada
la oirán croar, croar toda la noche,
croar arriba y abajo, al este y al oeste,
hasta que el ojo monótono de la luna llore en los pantanos,
hasta que cese el espanto y empiece la eternidad.

Conocí a Castillo cuando yo tenía quince años, en un encuentro de poetas en mi ciudad natal. Recuerdo claramente aquel día, que tuvo una especial importancia en mi vida y en mi aprendizaje de la poesía. En una pausa de las numerosas lecturas de poemas, que a ambos nos resultaban un poco abrumadoras, me invitó a cenar en un restaurante que estaba al frente de la plaza central, y ahí nos quedamos comiendo y conversando durante casi dos horas. Él hablaba, en realidad, y yo sólo escuchaba, intercalando apenas cada tanto la memoria de algún pasaje leído, alguna vacilante idea, y preguntas sobre su poesía, que aquel adolescente ya frecuentaba con fervor desde hacía un tiempo. Para entonces, Castillo había publicado Descripción (1971), libro del cual tempranamente renegaba, y Materia acre (1974), y preparaba su tercer libro, Tuerto rey, que aparecería algunos años más tarde, en 1982. Luego de aquella cena, se inició una extraña amistad ―extraña por la disparidad de edades, sin contar la de talento― que se prolongó durante décadas, hasta hoy. En todo ese tiempo, he tenido la suerte de compartir muchas más horas de conversación con él, y de leer algunos de sus poemarios cuando todavía se encontraban inéditos, pero ya conclusos y, diría, perfectos, luego de largos años de lenta elaboración. También he tenido el raro privilegio de publicar sus últimos libros, desde Los gatos de la Acrópolis (1998), segundo título de la colección “Fénix”, hasta Mandala (2005), además de un volumen de traducciones de poemas de Takis Varvitsiotis. Quedó en proceso de edición un conjunto de versiones de otro poeta griego contemporáneo, Miltos Sajturis, que confío saldrá próximamente, a manera de póstumo homenaje a su traductor.

Hay en la obra poética de Castillo una notable paradoja: parece haber surgido de un puro don imaginativo, parece no aceptar en su espacio mágico, de resonancias míticas, sino lo que ha sido depurado de todo lastre autobiográfico, de toda circunstancialidad realista; y sin embargo, al leerla nos conmueve como si a cada instante nos trajera el recuerdo de la más concreta y honda experiencia de vida, del temor y el temblor del hombre ante el dolor, el mal individual y colectivo, la muerte, y también del estremecimiento humano ante la belleza, el amor, el conocimiento, el goce de estar vivos. Creo que la piedad por lo que hay de sufrimiento y de felicidad en el mundo es una de las raíces profundas de su escritura. Alguna vez me pareció advertir en su poema “Hice un hoyo” una especie de arte poética, una descripción precisa del proceso que cumple la materia existencial hasta quedar transfigurada en un gajo de purísima creación imaginativa:

Hice un hoyo en la tierra
y lloré dentro de él; lloré de bruces,
hasta que el llanto llegó al fondo,
hasta que todo se anegó,
hasta que brotó de la profundidad
un tallo que nadie hubo tocado.

Yo no sé si la poesía ayuda para afrontar la propia muerte. Probablemente sí, pero no estoy seguro. Sé, sin embargo, que los versos de los poetas admirados y queridos nos dan consuelo para aceptar su desaparición: en ellos seguirán viviendo, seguirán acompañándonos en el silencio y la soledad de la conciencia hasta que llegue la hora de partir también. En los versos de Horacio Castillo se cumple lo que deseó como inscripción para una lápida anónima: la palabra ―como una especia, como una hierba aromática― que mientras su perfume se disipa recuerda al que la lee la existencia de la que se ha nutrido, la fruición de la vida triunfando sobre la extinción:

Ni la rosa perfecta ni el laurel público:
nardo y albahaca, anís, lavanda, nuez moscada,
y que el aire del alba esparciendo su aroma
avise al peregrino: Éste vivió.

por Pablo Anadón
Alta Gracia - Córdoba, 5 de julio de 2010.

martes, 4 de enero de 2011

Ajedrez

Enfrentados en la pequeña mesa
se miran largamente
intentando descifrar lo que el tiempo no borró.
Papá y el abuelo saben
que cada palabra es una guerra.
Juegan. Mueren de a poco,
callados.
En el borde del tablero,
confío que alguno me prefiera
y oculte un alfil en mi mano.
Que alguno olvide,
para que sus batallas no sean la mía.

Daniel Mariani

lunes, 3 de enero de 2011

Dafne



Dafne

La mirada de Apolo enamorado
la tocó como un rayo.
Su alma fue llamada a una isla de luz
su cuerpo se transformaba en verdes ramas
cantantes
ebrias de puro ser.
Conoció el arrebato de nubes
indescriptibles
y la felicidad de nadar entre hojas de
diamante.
Una mirada de fuego
la sostenía sobre el abismo.
Moraba en la alegría de una fiesta
de niños y racimos.
La vida era un paso de danza
hacia el cerúleo mar resplandeciente.
La acompañan memorias encendidas
dalias de fuego
un viento
hecho de pájaros.
Déjala reposar entre fulgores
no temas por su muerte.


Graciela Maturo